Nazaret, escuela de encarnación

Editorial de la revista "Id y evangelizad" del 13 de octubre de 2016.                         

Carlos de Foucauld es un eslabón fundamental en la espiritualidad y la teología de encarnación. Puso en el centro la esencia del Evangelio, Nazaret. 
A pesar de su educación burguesa y gracias a la búsqueda apasionada de la Verdad, en la que le aguijonearon el testimonio de algunos musulmanes y cierto cura con discernimiento de espíritus, Foucauld descubre que las complicadas devociones y las posturas teorizantes sólo sirven para enfriar corazones y dominar los más altos deseos. 
El Evangelio sin glosa, como Francisco, ese es el camino de Foucauld. Incluso más allá: el Evangelio en sus fuentes, en donde se formó y se tejió; en donde fue adquiriendo sentido, propósito, palabras y afectos… en Nazaret. Al calor de una madre y un padre adoptivos. Aprendiendo el lenguaje de sus hermanos, y con él los sentimientos que expresa: dolor, alegría, esperanza, pan, perdón, odio, llanto, vida y muerte. Aprendiendo desde el silencio y en el último lugar porque sólo desde ahí se puede observar y entender todo. Nazaret, donde más tiempo pasó Nuestro Señor, con mucha diferencia. En el puesto más atrás de todos. Donde habitan los pobres. 
Y Dios siempre hace realidad nuestros deseos. Ellos son lo más real que tenemos. El Buen Dios le concedió a Carlos de Foucauld vivir en la ultimidad. En el servicio oculto. Entre los más pobres de los pobres. Cada vez más abajo, más descenso, todavía más. Hasta morir asesinado por los que más amó en su vida. Hasta morir sin nadie que compartiese su proyecto, a pesar de que había recibido una promesa abrahámica de ser padre de multitudes. A pesar. 
Volver a Nazaret. Esa es la propuesta de Foucauld. No sólo para sí mismo. No sólo para los que -más tarde y gracias al P. Voillaume- seguirían sus huellas. Nazaret es camino para toda la Iglesia, llamada a ser pobre y para los pobres. Nazaret significa dejar de poner nuestra confianza en los medios, en las técnicas pastorales y en los métodos, para abandonarnos: “Padre, me pongo en tus manos, haz de mí lo que quieras, sea lo sea. Lo acepto todo con tal que se haga tu voluntad y no la mía”. Por eso el Señor nos está despojando de tanta falsa seguridad y nos regala la persecución. Son bendiciones que nos permiten abrazarnos a la Cruz desnuda y al Santísimo Sacramento, el sacramento que sólo un pobre pudo haber imaginado: ¡El Salvador en apariencia de pan! Nuestro problema es que trivializamos estos hechos para que no nos escandalicen, ya que son absolutamente inasimilables para la mentalidad burguesa. 
Nazaret es volver a escuchar el Evangelio como si fuese la primera vez, pero de labios de los pobres, salido de sus manos. Sólo ellos lo entienden porque está moldeado por otro pobre, que siente y habla como ellos, que percibe, canta y llora como ellos. El pobre de Nazaret. Editorial de la revista Id y evangelizad.

Entrevista al hermano José Luis Navarro de Midelt (trapense)

Nos adentramos en la Casa de Nazaret de la mano de un contemplativo encarnado en el mismo mundo que de Foucauld descubrió.

Seguramente nos preguntamos quién es el Hermano José Luís, aunque la pregunta exacta sería ¿por qué trapense en el Atlas? En esta entrevista tenemos ocasión de conocerle un poco más desde el corazón, que es el lugar en el cual nos gusta ser hermanos y, desde esa profundidad, poder alcanzar a comprender por qué Marruecos y el islam, digamos que estamos continuando el contenido final del Boletín anterior (nº 74 - Septiembre) y adentrándonos al mismo tiempo en la Casa de Nazaret, en este caso de la mano de un contemplativo encarnado en el mismo mundo que nuestro Beato Carlos de Foucauld descubrió. 

HOREB.- Un día cambiaste el Monasterio de Santa María de Huerta de Soria por la Trapa de Notre Dame de l’Atlas, en el Atlas marroquí; un cambio así no es por casualidad sino que procede de algún movimiento interior. 

H. JOSÉ LUIS.- No, no fue simple casualidad. He de confesar que desde siempre me atrajo de forma especial la cultura musulmana. Cuando llegaban mis vacaciones las aprovechaba para conocer mejor esta cultura y viajaba a Egipto, Turquía, Jordania, Palestina, Siria, Argelia, Marruecos,..  Entre mis mejores amigos había árabes musulmanes, con los que, junto con otros amigos de Zaragoza, fundamos una asociación hispano-árabe a la que llamamos "Sadaka". Y fue precisamente en un viaje para esta asociación, cuando descubrí el monasterio de Huerta (la Providencia tiene sus mediaciones). 
 
Por otro lado también tuve siempre una gran atracción por el Hermano Carlos de Foucauld. Y mucho más después de una peregrinación que pude hacer en camión con un pequeño grupo a visitar ciertos lugares emblemáticos de su vida en el Magreb. Fue un viaje con destino en el Hoggar, Tamanrasset y la ermita del Assekrem. También visitaríamos su tumba en El Goléa, sus pasos en In Salah,  Béni Abbès,…  

El cambio del monasterio soriano de  Sta. Mº de Huerta a Notre Dame de l’Atlas sobrevino a causa de los acontecimientos de Tibhirine. Cuando yo entré al monasterio, no conocía la existencia de una comunidad en Argelia. De haberlo sabido, tal vez hubiese entrado allí. Yo conocía Argelia, tenía allí muchos amigos y nos visitábamos en algunas ocasiones.   Le tenía mucho cariño a ese país y a sus gentes. Cuando en marzo del 96 conocí el secuestro de los hermanos en Tibhirine sufrí un fuerte impacto. En principio descubrir esa comunidad y de esta forma terrible. Luego sentí un gran dolor por Argelia, por los musulmanes, por el impacto tan negativo que iba a producir en nuestra sociedad hacia ese país que yo amaba y hacia el Islam. Durante los casi dos meses de secuestro hasta el doloroso final, hubo tiempo de mucha oración y mucha reflexión. Cuando llegó la trágica noticia de su ejecución yo ya había decidido que si hacían falta voluntarios para rehacer la comunidad, estaba dispuesto a unirme.  

El día que se celebró en el monasterio de Huerta una Vigilia especial por los Hermanos de Atlas, en un momento determinado se leyó el Testamento del padre Christian, que nos acababa de llegar y la Providencia quiso que fuese yo el elegido para leerlo en la celebración. Recuerdo que me emocioné mucho y me costaba pronunciar las palabras. Sobre todo algunos párrafos, con los que me veía muy identificado, como este: “En efecto, no veo cómo podría alegrarme que este pueblo al que yo amo sea acusado, sin distinción, de mi asesinato…. Conozco el desprecio con que se ha podido rodear a los argelinos tomados globalmente. Conozco también las caricaturas del Islam fomentadas por un cierto islamismo.”  

Aquel día de la lectura del Testamento del padre Christian, fue la fecha en que me comprometí espiritualmente con Christian y con los Hermanos de Atlas a hacer lo posible para unirme a la comunidad para que continuase. No pasó mucho tiempo sin que el Abad General hiciese una llamada a la Orden pidiendo voluntarios. A partir de ese momento lo manifesté a mi abad y expuse mi deseo de ir a Argelia. Mi abad acogió mi petición y la tuvo en consideración desde el primer momento. Pero no podía irme aún. Todavía era novicio, debía terminar mi noviciado, profesar y continuar con la formación monástica. Y en el año 2000 pude unirme a la comunidad de N.D. de l’Atlas, que canónicamente ya estaba trasladada a Midelt en Marruecos. 

HOREB.- En medio del Islam, sin intención de convertir a nadie, sin proselitismos ni propagandas, una vida de sencillez basada en la Regla de San Benito, ¿qué razón tiene de ser hoy en día? 

H. JOSE LUIS.- La vida cisterciense en el monasterio magrebí, tiene en cuenta la peculiaridad de nuestra situación en Marruecos, como lo era en Argelia. Esta singularidad la acogemos como un don de Dios de ser el único monasterio contemplativo de hombres en  toda el África del Norte. En el Magreb, nuestra presencia y la de la Iglesia local, encuentra su pleno sentido en el encuentro con los creyentes del Islam, vivido como un don de Dios que debe dar fruto en un espíritu de respeto y verdadera apertura que implica mantenerse firme en las propias convicciones más hondas, con una identidad clara y gozosa, pero abiertos a comprender las singularidades del otro, conscientes de que el diálogo realmente puede enriquecer a cada uno. Conscientes también de nuestra humanidad común, comenzando por la convivencia y la buena vecindad. Ello nos invita a vivir con cierta mirada al exterior. No faltan en nuestro entorno, entre nuestros amigos y vecinos. Los acontecimientos familiares y sociales, las alegrías y las penas, las circunstancias de todo tipo, incluidas las fiestas religiosas,  son ocasiones que se nos ofrecen para conocernos mejor, para ayudarnos unos a otros, para encontrarnos sin que sea necesario crear otras ocasiones artificiales. 

Pero hay también otro aspecto de nuestra actuación, cara a nuestro entorno. Hemos de considerarnos como « embajadores de Cristo » (cf. 2Cor 5, 20) en el Magreb. Para ello contamos como monjes con una vocación particular en la oración. Esta vocación es una responsabilidad muy particular de nuestra condición monástica y nos da la ocasión de ser un testimonio de la oración.  

En la sociedad musulmana la llamada a la oración resuena cinco veces al día, también nosotros tenemos la tarea de celebrar las alabanzas de Dios con asiduidad, como hijos de Dios. Y los monjes, muy especialmente, consagramos a esto toda nuestra vida  mostrando que este Dios y Padre puede colmar toda nuestra existencia.  

A través de la oración, discreta, perseverante, en medio de una humanidad con la que compartimos nuestro día a día, hacemos presente y damos a conocer en qué consiste «Cristo entre vosotros, la esperanza de la gloria» (Col 1,27). La oración está en el corazón de nuestra vocación. 

Este ministerio de la oración, como toda nuestra vida, encuentra su fuente y su cumbre en la Eucaristía. Aquí nuestras eucaristías se revisten de una dimensión especial por la fragilidad y precariedad de nuestra presencia. Aquí podemos vivir lo esencial, aún cuando nuestra existencia parezca banal y sin relieve. La eucaristía adquiere un valor de universalidad y eternidad. Presentes  junto al pan y al vino, toda la existencia de los que le rodean, por los hombres y mujeres que, aunque no conozcan necesariamente el Evangelio, buscan con rectitud amar y servir a Dios. Por esto nuestra presencia de Iglesia es indispensable, sea cual sea su extensión, sea cual sea su importancia. Cuando celebramos la eucaristía hacemos presente a Cristo en su sacrificio redentor que abarca toda la historia de los pueblos en los que vivimos. 

El P. Peyriguère, nos puede iluminar en una sola palabra de su reflexión sobre la Eucaristía. Él decía: “La misa la digo a solas, pero solo, no lo estoy nunca... Soy, estando a solas, todo el Cuerpo Místico que ruega y se inmola ...” 

HOREB.- Dinos, como es la vida de un trapense en Midelt, qué hace en medio del Atlas o, dicho de otro modo, la fe y la iglesia cómo están encarnadas. 

H. JOSE LUIS.- Al P. Christian de Chergé, igual que a nosotros y la Iglesia del Magreb nos gusta vernos  «en Visitación». Nos gusta leer en el relato de la Visitación (Lc 1, 39-56) nuestra misión. Como María que lleva a Jesús,  nosotros salimos a visitar a nuestros hermanos y hermanas y cada encuentro es como una efusión del Espíritu Santo. Como en el relato de la Visitación, el Espíritu es el artífice del encuentro, posibilitando la acción de gracias por los frutos recibidos, frutos que son siempre sorprendentes. 

María porta la Gran Esperanza. El Espíritu empuja a María y a la Iglesia para que se den prisa, dispone a la acogida y abre a la fecundidad del Cielo. Nos hace experimentar una alegría parecida a la que brotó durante el encuentro entre Isabel y María. Los tesoros que una y otra llevaban en su seno se estremecieron dentro de ellas mismas. Conducidos por el Espíritu, en nosotros brota la alegría cuando nuestros corazones se abren al misterio del otro. 

De igual modo, nosotros mismos, situados en este nivel de verdad, atentos al encuentro con el otro y a recibirle tal y como es, nos unimos desde lo que llevamos, experimentando una comunión verdaderamente espiritual.  Fijándonos en María, en este misterio de la Visitación, aprendemos a ser gratuitos, a pasar de la eficacia a la fecundidad. Así poder entrar en el servicio gratuito, en donde la relación es puro respeto, don sin prejuicio, acogida del camino del otro, de su luz, su esperanza. Sabiendo que la conciencia de cada uno es un misterio sagrado, al que no podemos aproximarnos sin antes quitarnos las sandalias. Y así experimentar, en el corazón de lo cotidiano compartido con humildad, un crecimiento en humanidad cuya última etapa es el encuentro con Dios. 

Puedo decir que llegamos a amarnos los unos a los otros. Amo al pueblo que nos acoge y nos sentimos amados por ellos. Los sufíes del grupo "Ribat es-Salam", ("Vínculo de Paz", grupo en el que participaban los hermanos de Tibhirine) utilizaban una imagen para hablar de nuestra relación con los musulmanes. Es como una escalera con doble pendiente. Está puesta en el suelo y la cima toca el cielo. Nosotros subimos por un lado, ellos suben por el otro, cada uno según su método. Cuanto más cerca estamos de Dios, más cerca estamos los unos de los otros. Y recíprocamente, cuanto más cercanos estamos los unos de los otros, más cercanos estamos de Dios. Toda la teología está ahí dentro. Y ello nos acerca más a ambos a Dios.  

HOREB.- Tú que nos conoces bien, ¿qué queda de la visión del Hermanito Carlos de Foucauld y de los marabouts de corazón rojo que siguieron su estela? 

H. JOSE LUIS.- La Comunidad de Ntra. Sra. del Atlas se mira mucho, desde siempre, en la espiritualidad del Hermanito Carlos de Foucauld. Como colofón a esta vinculación, está el guardar la tumba con los restos del P. Peyriguère, en su memorial, junto a la Capilla de Charles de Foucauld. Existen muchos vínculos entre Carlos de Foucauld y Notre Dame de l’Atlas. Es suficiente con leer las homilías de los Hermanos de Tibhirine, así como las charlas de los capítulos del P. Christian y las cartas de unos y otros para descubrir lo fuerte que era la presencia de Carlos de Foucauld entre ellos, entre los 7 sin excepción. 

También nuestros hermanos que sobrevivieron a los acontecimientos de Tibhirine, los padres Amédée y Jean-Pierre Schumacher, estaban influidos de ese mismo espíritu. De hecho cuando el p. Amédée, en su juventud, dejó los Misioneros de África, quiso entrar en los Hermanos de Jesús; pero el padre Voillaume le aconsejó ir a la Trapa de N.D. de l´Atlas en Tibhirine…  Lo mismo podemos decir del p. Jean-Pierre Schumacher, que se sentía muy atraído por la vida escondida de Nazaret y por la espiritualidad de los Hermanitos en el libro «En el corazón de las masas» del P. Voillaume que fue por mucho tiempo su libro de referencia.  

El Hermano Carlos de Foucauld está reconocido por todos como «un hermano universal, afirmado en el apostolado de la amistad, en la experiencia de "vivir con" y en el compartir como un signo de testimonio. Él fue un pionero en mostrar al mundo una nueva manera de presencia en el respeto al otro a pesar de las diferencias de cultura y religión. 

Y en esto podríamos terminar con René Voillaume cuando explica cómo vivir una amistad desinteresada: "Los seguidores de Foucauld, a través de su presencia silenciosa, manifiestan, por su manera de amar, ese respeto misterioso por la libertad de la inteligencia y del corazón que hallamos en Dios: esa paciencia incansable de la misericordia divina, que está humildemente sentada a la puerta del pecador o del incrédulo, y allí espera. Y manifestar a alguien una amistad enteramente desinteresada, amándole por sí mismo, sin intentar convencerle o traerle a la fe, aunque, desde luego, sin ocultarle nuestra fe, puede ser a menudo la única manera de revelarle la plenitud del amor que reside en Dios" (Lettres aux Fraternités I, Cerf, Paris 1960, 337). Y esto podríamos considerarlo como nuestro modo de vivir nuestra vocación en tierras del Islam. 

HOREB.- Queremos agradecer al Hno. José-Luís el esfuerzo realizado pues, entre sus múltiples labores se halla la hospedería y atención a los visitantes del Monasterio de Notre Dame des Neiges del Atlas, un lugar muy visitado por jóvenes y no tan jóvenes que buscan un reencuentro desde el silencio y al que estamos invitados a asistir. Para nuestra Comunidad HOREB es un lugar de referencia que nos mantiene unidos al espíritu de los marabouts de corazón rojo y al testimonio de los mártires. En el siguiente enlace podéis contactar: http://www.ocso.org/monastery/midelt/?lang=es 

Marabouts de corazón rojo

Pongamos hoy nuestros ojos en tres figuras que muestran que el Espíritu Santo sopla e inspira donde quiere y en quien quiere.
Artículo publicado en el Boletín Ecuménico de la Comunidad Horeb Carlos de Foucauld nº 74


El hermanito Inacio Jose do Vale, de los Irmâozinhos da Visitaçâo – Beato Charles de Foucauld (Brasil) nos recuerda estos días que el renombrado teólogo dominico francés y Cardenal Yvés Congar gustaba de repetir una y otra vez que el Espíritu Santo había dado dos grandes místicos para nuestro tiempo, en una etapa tan oscura de la humanidad, y que estos son Santa Teresita del Niño Jesús y el Hermanito Carlos de Foucauld. Dos grandes místicos actuales para la Iglesia de hoy a los cuales hay que sumar un tercero que vivió y descubrió como ellos el “Misterio de la Navidad y el secreto de Nazaret”, perfume de familia que tanto gustaba a San Francisco de Asís, quien los precedió siglos antes y con quien junto a Santa Teresita de Niño Jesús y del Hermanito Charles de Foucauld bebemos las familias cristianas para renovar nuestra esperanza y alegría tal y como nos dice el Papa Francisco en la encíclica “Amoris laetitia” (65). 

Normalmente todos los fundadores han tenido una corte inmediata de seguidores, seglares y religiosos que han seguido de inmediato sus pasos en tropel y difundido por doquier su mensaje y su concepto de Iglesia; sin embargo el Hermanito Carlos de Foucauld nos abre a un nuevo estilo de fundación: la “no-fundación”, de hecho morirá sin haber conocido ninguna fraternidad al estilo que él deseaba ni bajo las reglas por él escritas, como si Dios en nuestro pequeño hermano quisiera lanzarnos a todos un mensaje “seguid el Evangelio” y “guardad todas estas cosas en silencio en vuestro corazón”. 
 
Pongamos hoy nuestros ojos en tres figuras que avalan este hecho y que nos muestran que el Espíritu Santo sopla e inspira una misma acción donde quiere y en quien quiere: P. Charles-André Poissonnier, P. Charles Enrion y P. Albert Peyriguère, tres hombres nacidos a finales del siglo XIX, que viven en el siglo XX la espiritualidad del hermanito Carlos de Foucauld y que proyectan su sombra sobre cuantos deseamos vivir en este mismo espíritu en las periferias dentro del siglo XXI. 

Un corazón rojo sobre el hábito, una vida de silencio sonoro, contemplación en medio de quienes les rodean, adoración eucarística y hacer aquello que hubiese hecho Jesús de Nazaret, no escaparse del mundo sino santificar el mundo como levadura en la masa es el lema central de estos hermanos sobre quienes hoy ponemos nuestros ojos.

Decía Fray Charles-André Poissonier, sacerdote franciscano instalado entre los bereberes marroquís, tras la lectura de René Bazin sobre la meditación de la vida de Jesús “si él (Foucauld) hubiese venido y fundado una Orden, en ella hubiese ingresado”, tomando el nombre de Carlos en su profesión religiosa como homenaje a Foucauld. El fraile que repartirá hasta 3.000 panes en un solo día a sus hermanos bereberes, atendiendo a cuantos enferman de tifus y mueren de hambre sin alejarse por un solo segundo de ellos, sin cesar de orar en cuerpo y en actitud desde que comienza el día hasta que acaba, concluirá su joven vida diciendo “entregar la vida por amor a Jesús en los hermanos es el mayor regalo deseado”.

P. Charles Henrion tras sufrir el cautiverio con los alemanes durante la Primera Guerra Mundial, descubre su vocación eremítica, de quien dirá Jacques Maritain que Henrion se ha reencontrado con Paul Claudel y he tenido una visión desconcertante pues “entró un corazón, un corazón rojo coronado por una cruz roja en medio de una forma blanca, se deslizó, doblado, habló y me dio la mano… Me ha hipnotizado esa vestidura, era como si Charles tuviese su cabeza sobre su pecho como los mártires, haciéndome pensar en la esencia del hombre y en lo que soy.” Fundará un eremitorio femenino en Túnez que será expulsado a Francia y ubicado en Villecroze (Francia) y a Petits Freres de l‟Eucharistie, en ambos casos siguiendo los escritos espirituales de Carlos de Foucauld. Sus últimas palabras fueron “hasta aquí todo ha sido cosa de Dios; no cambiéis nada para que así siga siendo”. 

Por último nos queda el Padre Albert Peyriguère, consagró su vida siguiendo la huella del Hermano Carlos de Foucauld a las gentes más pobres del Atlas marroquí mediante una incansable caridad. Herido en la Batalla de Verdún durante la Primera Guerra Mundial y conocedor de la vida mística por su tesis sobre San Bernardo quiso fundar en Tunez una fraternidad de hermanitos bajo la regla de Carlos de Foucauld pero la enfermedad se lo impidió, debiendo trasladarse de Ghardaia (Argelia; antes había estado en Hammamet, Tunez) a El Khab – Kenifra en donde iniciará una aventura extraordinaria y en la que la que la misericordia de Dios se hará presente a través de la atención sanitaria a miles de bereberes, adultos y niños, en el dispensario que abre con la única ayuda de la Divina Providencia y sin más recursos que la sonrisa, la amabilidad, el respeto a las costumbres… Todos cuantos llegan a la fraternidad son recibidos por P. Peyriguère al estilo de Foucauld “cuando alguien atraviesa nuestro techo es un tesoro el que ha llegado, es el tesoro de los tesoros, es el mismo Jesús”. 

El Padre Peyriguère en una canción berebere es comparado a un árbol bajo cuya sombra se refugian los pobres. Dios se hizo misericordia para los bereberes en él. Unas pinceladas que nos devuelven a la realidad de cuantos sobre nuestro pecho trazamos un sagrado corazón de Jesús rojo, que nos invitan a mirar una vez más a nuestros orígenes: Jesús y a la visión del Beato Carlos de Foucauld para una nueva iglesia “que se arriesgue a amar hasta el final”, como nos recuerda nuestro Obispo Jacques Gaillot.